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¡Feliz lectura!


sábado, 14 de octubre de 2017

Pippi Calzaslargas: ¿Libertad extrema?


A propósito de la reciente lectura de Pippi Calzaslargas para mi clase de Historia de la LIJ, comparto con mis estudiantes, y también con los lectores, algunas notas que tenía guardadas sobre este emblemático libro de la literatura del siglo XX. Por supuesto todos sus comentarios son bienvenidos.

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Este libro, originalmente conocido como Pippi Längstrump en sueco, Pippi Longstocking en inglés, y traducido al español como Pippa o Pippi Calzaslargas, desde su aparición en 1945 ha suscitado todo tipo de reacciones: aplausos entusiastas y también duras críticas hacia el comportamiento de su protagonista femenina, Pippi. 

Su autora, Astrid Lindgren, tampoco se ha quedado al margen de la polémica al crear una heroína con "exceso de libertad" y que a menudo deja muy mal parados a los adultos que se enfrentan a ella. 

Pippi Calzaslargas es un libro que podría leerse como una defensa de la educación que se basa en el juego, en el libre albedrío, y en el cuestionamiento de la autoridad y del uso de la fuerza para someter a los niños a la voluntad y deseos de los adultos. Además, el comportamiento de la protagonista ironiza sobre ciertas reglas que los niños tienen que aprender desde temprana edad para su funcionamiento en la familia y en la sociedad.

Aunque no cabe duda de que libro permite distintos tipos de lecturas, en este apartado me gustaría concentrarme en el singular personaje de Pippi Calzaslargas, de su relación con la escuela y la autoridad adulta, para terminar con una reflexión abierta a los lectores sobre la vigencia temática de esa obra en el siglo XXI.  

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Definiendo a Pippi


Pippi es una niña extraordinaria, que vive en una pequeña cabaña en compañía de su mono, Mr. Nelson, y de un caballo moteado que permanece en el antejardín de su casa.  La historia nos cuenta que es hija de un capitán, que ha vivido en un barco la mayor parte de su vida (lo cual explica algunos de sus comportamientos y habilidades), y que ha conocido diversos lugares del mundo y sus costumbres. 

Su madre está en el cielo, y su padre se perdió en un naufragio y Pippi cree que a lo mejor está en alguna isla caníbal y lo han nombrado rey de los caníbales. De tal manera que Pippi vive sola en su cabaña a las afueras del pueblo. Pero la soledad de la niña, en lugar de parecer una tragedia, es vista como una ventaja:

“No tenía padre ni madre, lo cual era una ventaja, pues así nadie la mandaba a la cama precisamente cuando más se estaba divirtiendo, ni la obligaba a tomar aceite de hígado de bacalao cuando le apetecían los caramelos de menta.” 



En pocas palabras, al verse libre de sus padres o de cualquier otra autoridad adulta, Pippi no obedece a nadie, y es completamente autosuficiente: “yo sé cuidarme solita”, nos dice. Pero uno se preguntaría cómo una niña de nueve años puede valerse por sí misma. Ahí, precisamente, radica el poder y fascinación del personaje.

Primero que todo Pippi posee una fuerza increíble. Es capaz de levantar y mover su caballo como si de una ficha de ajedrez se tratara, sin ningún esfuerzo. Además es ágil y temeraria. Se sube a los árboles y tejados con la habilidad de un acróbata.

Tampoco tiene problemas de dinero porque Pippi posee una maleta llena de monedas de oro para solventar todos sus gastos. Entonces su independencia proviene de su increíble fuerza física y su estabilidad económica. 

Pippi también es una gran fabuladora e inventa historias fantásticas sobre costumbres en pueblos lejanos, pero siempre reconoce que estas son solo historias y reprende a los niños cuando la toman demasiado en serio: “no hay que creer todo lo que te dicen”, les advierte, lo cual nos deja entrever que también es capaz de distinguir sus propias fantasías del mundo real. 


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Pippi al mando

Por otra parte, Pippi no posee una educación convencional y en consecuencia no hace las cosas como las harían los demás, sino como a ella le parecen.

Si duerme, por ejemplo, lo hace poniendo los pies en la almohada y la cabeza entre las cobijas. Si toma el té, lo hace sobre un árbol y ni siquiera se molesta en bajar la vajilla, sino que la tira. Se acuesta a la hora que le provoca y descansa en cualquier momento del día.

Estamos ante una protagonista que no sólo desatiende las reglas y rutinas, sino que además disfruta del mundo sin los límites que los adultos han creado para su funcionamiento. Y este modo único de hacer las cosas, es el regalo que les ofrece a sus amigos, Tommy y Anika, dos niños que viven en una casa al lado de la cabaña de Pippi, y que llevan unas vidas más convencionales y corrientes.


Cuando Pippi entra en las vidas de estos dos niños, todo lo que hace con ellos se convierte en una experiencia divertida y salida de lo común: tomarse el té subidos en un árbol; hacer galletas en el suelo de la cocina; limpiar el piso con un par de cepillos a modo de patines; buscar cosas viejas y darles otro uso.

Pippi no solo se propone como un personaje creativo y juguetón, sino que cuestiona nuestra propia manera rutinaria de hacer las cosas. En cierta forma su comportamiento es subversivo porque muestra que las normas pueden frenar la imaginación infantil y limitar las posibilidades de desarrollo de los niños, impidiéndoles actuar con iniciativa propia.

Por otra parte, la narración pone en entredicho aquello que se permite y que no se permite hacer. En su cumpleaños, por ejemplo, Pippi no sólo recibe un regalo sino que da regalos a Tommy y Anika, interpelando a los personajes (y también al lector): “¿Quién dice que no se puede hacer?” 

Gracias a sus ocurrencias y a su personalidad irreverente, sus compañeros de juego reconocen que con ella nada es aburrido. Sin embargo, vale la pena resaltar que la subversión de Pippi es limitada. A pesar de todas las críticas que ha recibido el personaje de parte de educadores y psicólogos, ella nunca anima a sus amiguitos a que adopten su estilo de vida, o que se independicen totalmente de sus padres o que, por ejemplo, dejen de asistir a la escuela.

El personaje de Pippi más bien podría leerse como una celebración de la libertad que debería existir en la infancia, el derecho a la experimentación, a la imaginación y al juego libre, pero no llega al extremo de querer acaba8r con la sociedad y sus instituciones. 

De este modo, Pippi, por más irreverente que su comportamiento nos pueda parecer, está lejos de ser una anarquista dispuesta a incendiar el mundo para defender su forma de vida. Por el contrario, aunque sigue su propio derrotero, se muestra bastante responsable con sus dos amigos, y es solidaria con otras personas cuando la situación lo requiere.  Por ejemplo, al final del libro, sube a rescatar a los niños en un edificio en llamas, pero después de lograr su objetivo aprovecha la situación para hacer monerías y pasarla bien. 


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Pippi y la escuela

Mas el gran drama de Pippi es no saber comportarse en sociedad. El hecho de haber estado al margen de una educación estándar, se pone en situaciones difíciles como el asistir a un té en casa de sus amigos, donde termina saboteando la reunión con comentarios humorísticos.

Por eso cuando decide ir al colegio, por iniciativa de Tommy y Anika, es un verdadero fiasco. Ella sencillamente no encaja: trata a la profesora con familiaridad, tuteándola, sabotea las clases con sus comentarios inoportunos, y no es capaz de cumplir cabalmente con las tareas que se le piden.

Por ejemplo, si la maestra le pregunta “¿cuánto es 8 y 4?”, Pippi responde tranquilamente que si ella ya sabe de antemano la respuesta para qué tiene que preguntárselo. Y cuando la maestra dice que “7 y 5” también son “12”, Pippi se queja de la falta de consistencia, ¿luego 8 y 4 no eran también doce?

Los diálogos entre la maestra y Pippi son especialmente divertidos y las ocurrencias de la protagonista nos pone a pensar si estamos ante una niñita bastante ingenua o si en verdad su propósito es  desacreditar las enseñanzas y los métodos de la escuela. 

Sea cual sea el plan de Pippi (si es que lo tiene) es que la escuela se muestra como un espacio limitado para el espíritu y carácter de los niños. ¿Será que los contenidos que allí se enseñan son realmente pertinentes y relevantes? ¿Qué hay de los métodos que emplean los profesores para promover el conocimiento? ¿Acaso sus actividades restringen las habilidades y disminuyen el entusiasmo de los niños?  Todos estos interrogantes se plantean a diario, no sólo en los terrenos de la literatura, sino también en la pedagogía; lo que el libro de Pippi hace, es empujarnos a pensar en estas cuestiones y en que la renovación de la escuela y sus didácticas sigue siendo un tema crítico hasta hoy.

Al final Pippi decide que lo mejor de la escuela son las vacaciones, y entonces se marcha en su caballo a todo galope; porque si no hay mucho que este espacio pueda ofrecerle a su personalidad libre, esta decisión resulta bastante comprensible.

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Adultos en ridículo

Pippi es experta en hacer quedar en ridículo a los adultos de varias maneras. Bien sea con sus respuestas por completo inesperadas o con su fuerza sobrehumana. Esta última forma, me parece que es el rasgo más subversivo de Pippi porque los grandes no consiguen hacer que se someta por completo a sus órdenes y en consecuencia les quita todo poder

Sabemos (por muy deplorable que esto parezca) que uno de los métodos que se han empleado a lo largo de la historia para someter la voluntad de los niños es a través del uso de la fuerza y el castigo físico. 

El adulto con frecuencia se impone, y  al hacer uso de su ventaja física consigue dominar al niño, someterlo y disminuir su ímpetu. Es una situación de desigualdad, donde siempre hay un vencido (y éste desde luego es el niño).  Pero en Pippi Calzaslargas, el poder físico de los adultos queda totalmente anulado. 

Los adultos que quieren imponerse a la niñita no lo consiguen porque ella es incluso más fuerte físicamente que ellos, y al ser un adversario casi imposible de vencer, los métodos de los grandes quedan totalmente desacreditados.

Pero en el libro no estamos ante un espectáculo de confrontación directa. En la historia, todo ocurre de una forma tan graciosa y pacífica, que los personajes adultos ni siquiera tienen tiempo para asimilar lo que les ha pasado: a los policías que intentan llevarla a una institución para niños, Pippi los coge de los cinturones y los pone fuera de su casa, y a los vagos que intentan robarle, los hace bailar y tocar una polca hasta el cansancio. Pippi no es violenta o malvada con ellos. Su actitud es burlona, juguetona, y a todos los recompensa con algo de comida, bien sean sándwich o galletitas. 

Esta forma de subversión deja mal parados a los personajes adultos porque no consiguen doblegar a la niña, ni tampoco ofenderla ya que ella les responde con humor y hasta con cortesía. Así que el modo de proceder de Pippi conlleva a cuestionar los mecanismos de autoridad que emplean los adultos para llevar a cabo sus propios planes o a la hora de decidir qué es lo más conveniente para los niños.

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Pippi contra las cuerdas

A los niños lectores les encanta el personaje de Pippi. Una prueba de ello es que la obra sigue en imprenta en varios países y ha sido traducida a distintos idiomas. También se hicieron series de televisión y películas sobre ella. 

Su éxito no es de extrañar porque la libertad con que vive Pippi puede llegar a ser muy deseable. Pippi hace lo que le provoca cuando le provoca, no cumple reglas, ni horarios, ni es castigada, ni se le hacen prohibiciones. Un sueño para todo niño (o incluso adulto). Pero Pippi goza de una libertad que a los ojos de muchos puede resultar peligrosa. Hay quienes han visto en ella un modelo inadecuado o nocivo para los niños. 

En la página oficial de Astrid Lindgren se dice que el debate comenzó cuando un profesor de psicología dijo que el libro carecía de gusto y que Pippi se comportaba como si estuviera “mentalmente enferma"; los niños corrían el riesgo de ser inspirados por eso. Astrid Lindgren entró en el debate defendiendo el derecho de los niños a descubrir el mundo por sí mismos. Ella misma acuñó la frase que ha sido citada en numerosas ocasiones: “denle a los niños amor, más amor y aún más amor –y el sentido común vendrá por  mismo.”

Estaba claro que para Astrid Lindgren la forma de educar a los niños no era a través de la represión y el castigo, sino de otorgarles libertad y permitirles ser ellos mismos. Lindgren fue una acérrima defensora de los derechos infantiles, y sus artículos y ponencias lograron que se suprimiera el castigo físico tanto en Alemania como en Suecia.

Por otra parte, cuando se empezaron a hacer traducciones del libro alrededor del mundo, se mostró una preocupación porque éste pudiera ser dañino y peligroso, por tanto, se alteraron varias partes en aras de “proteger a los lectores”, tanto en las versiones en alemán como en francés. 

En francés, por ejemplo, se cambia el caballo por un pony, y en alemán,  cuando Pippi está jugando con Anika y Tommy con unas armas que se han encontrado en el ático de la casa de Pippi, ella ofrece un discurso en el cual dice que éstos no son juguetes aptos para niños y vuelve a ponerlas en su sitio. En el texto original, Pippi les entrega a sus amigos armas sin cargar.

Es sorprendente que en inglés no se hayan hecho modificaciones radicales al texto original, tal vez porque como señala la académica Emer O’Sullivan, Lindgren tiene influencias de la literatura inglesa y su heroína comparte similitudes con otros personajes de la literatura infantil británica, que también se muestran independientes e imaginativos.

En 1995 volvió a surgir el debate con respecto al libro. "El culto a Pippi" se consideró el causante de la falta de madurez de muchos jóvenes, y hay quienes insisten en que los libros glorifican el egoísmo y el egocentrismo, impidiendo así madurar a sus lectores.

Por último, la forma como Pippi maneja a la policía suscitó debate en China en el 2008, y hasta hoy en día continúan las discusiones acerca del personaje y su conducta poco respetuosa hacia la autoridad.


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Pippi Calzaslargas en el siglo XXI

Me gustaría señalar que el libro tiene una resonancia con la época en que fue escrito y publicado, es decir, hacia finales de la Segunda Guerra Mundial y en la época de posguerra, infundiendo a las jóvenes generaciones un halo de esperanza después de un largo periodo de pesimismo, devastación e incertidumbre hacia el futuro. 

La historia de Pippi arroja una confianza en la infancia, en la fuerza de los niños para enfrentarse al mundo con sus propios recursos (imaginativos, de juego y humor), y el deseo de concederles la seguridad para descubrir y modelar su entorno por sí mismos, sin restricciones o represión.

Por otro lado, la historia de Pippi tiene como trasfondo el pensamiento antiautoritario que cobrará fuerza a lo largo del siglo XX, donde se reevalúan no sólo los sistemas políticos, sino la educación coercitiva y la relación de poder vertical entre adultos y niños. 

Muchas otras obras de la literatura infantil y juvenil también se instalan en estos terrenos de pedagogía antiautoritaria, como Konrad (1977) de Christine Nöstlinger, y tienen una deuda con Pippi Calzaslargas.

Si acaso Pippi Calzaslargas continúa siendo una lectura vigente, es un asunto que puede cuestionarse a la luz de las ideas del momento y de sus lectores. Sobre todo al observar cómo el pensamiento político autoritario está cobrando fuerza, de nuevo, en Europa y otros lugares del mundo

Pero cabría hacer una reflexión final: en una sociedad como la nuestra, los maestros y padres se enfrentan a una generación de niños y jóvenes que han crecido a sus anchas y prácticamente sin autoridad; en ese caso, ¿continuaría teniendo validez el discurso educativo antiautoritario de Pippi Calzaslargas

Sería interesante conocer sus puntos de vista al respecto. Por lo pronto, no sobra decir que estamos ante una de esas obras imprescindibles en la historia de la literatura infantil, y que, por diversas razones, su lectura no deja de ser una fuente de placer y también de controversia.